Actualizado 19 junio, 2018
Cuentos de miedo para niños
El monstruo del armario
Cada vez que se acercaba la hora de dormir, Lolito temblaba de miedo. Había en su habitación un enorme armario de madera, cuyo interior era muy oscuro y en el cual no se atrevía a mirar por las noches. Y es que él, estaba convencido, de que allí dentro habitaba un monstruo espeluznante, que solo aguardaba la oportunidad de salir para comérselo.
A veces podía escucharlo rasguñando la puerta desde adentro, con garras que él se imaginaba tan largas como las de un oso. Otras veces, le parecía oír un gruñido bastante tenebroso, que susurraba su nombre o se quejaba por no poder salir.
Y Lolito se arrebujaba entonces debajo de las sábanas y temblaba hasta quedarse dormido, rogando porque la puerta del armario nunca se abriera.
—Tienes una imaginación demasiado activa, hijito —le decía y luego abría el armario—, aquí no hay nada más que tu ropita, ¿lo ves? Los monstruos no existen.
Pero claro, eso decía ella porque siempre que le enseñaba el armario era de día. El monstruo solo trataba de salir por las noches, cuando las sombras lo ocultaban de la vista de los demás. Si el sol estaba en el cielo, la criatura nunca se atrevería a salir de su escondite.
—¿Hola?
Nadie respondió.
Armándose de valor, se puso sus pantuflas y anduvo hasta el armario. Aferró una manija y abrió la puerta. Se metió entre sus abrigos y pantaloncitos y anduvo por dentro, hasta que la ropa se transformó en hojas de árboles y se dio cuenta de que estaba en un bosque. Allí tampoco había sol, las estrellas iluminaban aquel lugar lleno de casas diminutas donde habitaban duendes, hadas y otras personitas que iban de un lado a otro.
Por un momento, Lolito se quedó impresionado hasta que escuchó un rugido cercano. ¡Ay no! Era el monstruo que finalmente, iba por él.
El niño lo vio acercarse, todo él cubierto de largo pelo verde, con unas manos y unos pies gigantescos, grandes dientes que sobresalían de su boca y garras afiladas. Lolito gritó y se echó a correr de nuevo hacia su habitación. Pero justo cuando estaba a punto de alcanzar la puerta, una manaza enorme se poso sobre su hombro, deteniéndolo.
—Espera —le dijo el monstruo—, no quiero hacerte daño, lo único que quería era ser tu amigo. Todas las noches tocaba y gruñía para que me dejaras salir y pudiéramos jugar.
—¿De verdad? —le preguntó Lolito.
—Sí, aquí me siento muy solo porque todos me tienen miedo, ya que soy demasiado grande para ellos, que son tan chiquitos. Pero tal vez tú quieras acompañarme cuando llegue tu hora de dormir.
Lolito aceptó y él y el monstruo se hicieron grandes amigos. Nunca más volvió a tenerle miedo.
El tokaebi malvado
Hace muchos años, en un país asiático llamado Corea, vivía un granjero con su esposa al que le encantaba cultivar arroz. Gran parte del grano lo vendían pero otra, se la quedaban y ella preparaba sabrosas comidas todos los días. Ellos agradecían infinitamente por las tierras que poseían, su casa y sobre todo, que estaban juntos y eran muy felices a pesar de vivir con humildad.
Una noche, mientras los dos cenaban un delicioso plato de arroz con vegetales, escucharon un gran estruendo en el exterior. El granjero se asomó por la ventana y se quedó de piedra al ver a una criatura monstruosa, que estaba causando barullo entre sus plantíos de arroz.
—¡Es un tokaebi! —dijo su esposa aterrorizada— ¿Y ahora que vamos a hacer? Tengo mucho miedo, va a destruir todos nuestros cultivos.
—¿Quién eres tú que vienes a importunar a mis pobres sembradíos, a estas horas de la noche? —le preguntó— Estas son mis tierras y tú no eres bienvenido aquí. De modo que márchate y no regreses.
El tokaebi se echó a reír con cavernosas carcajadas e hizo retumbar el suelo con sus pies.
El granjero se lo pensó muy bien. Sabía que no podía ganarle al tokaebi pues si intentaba usar la fuerza, lo más probable fuera que terminara siendo devorado también. Pero tenía su ingenio y esos monstruos nunca se negaban a un desafío.
—Para ponernos de acuerdo, te propongo una cosa —le dijo—, cada uno va a hacerle una pregunta al otro. Quien dé la respuesta correcta, será el dueño de estas tierras.
—Me parece justo —dijo el monstruo—, yo comienzo. Dime, ¿cuántos vasos de agua se necesitan para llenar el océano?
El granjero reflexionó con cuidado y respondió.
—Si el vaso es tan enorme como el mar, solamente uno pero si tiene tan solo la mitad del océano, entonces son necesarios dos.
Abrumado, el tokaebi estuvo pensando en su respuesta por un par de minutos hasta que malhumorado, llegó a la conclusión de que su respuesta era válida.
—Ganaste esta, humano. Ahora te toca a ti.
—Muy bien, ¿voy entrando o saliendo?
—¿Qué? ¿Qué clase de pregunta es esa? —dijo el tokaebi confundido— ¿Cómo voy a saber eso?
—Ah, ¿no lo sabes? Pues entonces las tierras son mías —dijo el granjero de manera triunfal—. Ahora sí, márchate de aquí y no regreses jamás.
Muy disgustado pero fiel a su palabras como todos los grandes monstruos, el tokaebi se retiró rumbo a su casa y nunca más volvió a importunar a ese pobre granjero. Él también volvió a entrar en su casa, feliz por reunirse con su aliviada esposa y juntos vivieron en paz durante el resto de sus vidas.
Y el hombre se hizo famosa por vencer a la criatura con su ingenio.
Cuentos de terror cortos
El viejo y la muerte
Entre montes, por áspero camino,
Tropezando con una y otra peña,
Iba un viejo cargado con su leña,
maldiciendo su mísero destino.
Al fin cayó, y viéndose de suerte
Que apenas levantarse ya podía,
Llamaba con colérica porfía
Una, dos y tres veces a la Muerte.
Armada de guadaña, en esqueleto,
La Parca se le ofrece en aquel punto;
Pero el Viejo, temiendo ser difunto,
Lleno más de terror que de respeto,
Trémulo la decía y balbuciente:
«Yo … señora… os llamé desesperado;
Pero…», «Acaba; ¿qué quieres, desdichado?»
«Que me cargues la leña, solamente».
Moraleja: Tener paciencia debe ser la premisa de todo. Aunque la situación sea lamentable, lo más bonito es estar vivo.
La muñeca de María
La nueva muñeca de María. María era una niña que desea tener una muñeca,cuando fueron al pueblo ella se quedó encantada de una linda muñeca que estaba en el aparador de una tienda, estaba un poco sucia y maltratada, pero a María le gustaba.
Para su cumpleaños sus padres decidieron comprársela, pero antes la arreglaron y la limpiaron, en la mañana la dejaron en la puerta del cuarto de María para que la viera, pero cuando baja la niña no dijo nada, entonces sus padres le preguntaron si no había visto un regalo que le habían dejado en el pasillo, a lo que respondió que no, cuando subieron se dieron cuenta que la muñeca no estaba, pensaron que María les estaba jugando una broma, pero con los días se dieron cuenta que realmente María nunca la había visto.
Murciélagos
Una vez, hace muchísimos años, en el siglo XV, existía una amenaza para los pueblos: los vampiros. Los vampiros tenían una mansión en lo profundo del bosque. Eran una convencional familia: padre, madre y una hija, todos con los ojos rojos. Cada noche buscaban una o dos víctimas para alimentarse, para chuparles las sangre. Un día los aldeanos, cansados, se juntaron y organizaron para eliminar a los vampiros. Cuando éstos se enteraron, ante lo irremediable de la situación, se convirtieron en murciélagos. Así, por mucho que pasara el tiempo, nadie sospecharía de ellos y podrían seguir viviendo.
Unas sábanas especiales
Un día junto a mi hermana pasábamos la noche. Nos encantaba contar historias antes de dormir, muchas veces de terror. Sin embargo, en un momento me dormí y sentí que la sábana se descorría. Le grité a mí hermana que no lo hiciera más. Para sorpresa, ella me dijo que me calmara desde el baño.
Cuentos de terror largos
Juan sin miedo
Érase una vez, en una pequeña aldea, un anciano padre con sus dos hijos. El mayor era trabajador y llenaba de alegría y de satisfacción el corazón de su padre, mientras el más joven sólo le daba disgustos. Un día el padre le llamó y le dijo:
– Hijo mío, sabes que no tengo mucho que dejaros a tu hermano y a ti, y sin embargo aún no has aprendido ningún oficio que te sirva para ganarte el pan. ¿Qué te gustaría aprender?
Y le contestó Juan:
– Muchas veces oigo relatos que hablan de monstruos, fantasmas,… y al contrario de la gente, no siento miedo. Padre, quiero aprender a sentir miedo.
El padre, enfadado, le gritó:
– Estoy hablando de tu porvenir, y ¿tú quieres aprender a tener miedo? Si es lo que quieres, pues márchate a aprenderlo.
Juan recogió sus cosas, se despidió de su hermano y de su padre, y emprendió su camino. Cerca de un molino encontró a un sacristán con el que entabló conversación. Se presentó como Juan Sin Miedo.
– ¿Juan Sin Miedo? ¡Extraño nombre! – Se sorprendió el sacristán.
– Verás, nunca he conocido el miedo, he partido de mi casa con la intención de que alguien me pueda mostrar lo que es, – dijo Juan.
– Quizá pueda ayudarte: Cuentan que más allá del valle, muy lejos, hay un castillo encantado por un malvado mago. El monarca que allí gobierna ha prometido la mano de su linda hija a aquel que consiga recuperar el castillo y el tesoro. Hasta ahora, todos los que lo intentaron huyeron asustados o murieron de miedo.
– Quizá, quizá allí pueda sentir el miedo- se animó Juan.
Juan decidió caminar, vislumbró a lo lejos las torres más altas de un castillo en el que no ondeaban banderas. Se acercó y se dirigió a la residencia del rey. Dos guardias reales cuidaban la puerta principal. Juan se acercó y dijo:
– Soy Juan Sin Miedo, y deseo ver a vuestro Rey. Quizá me permita entrar en su castillo y sentir eso a lo que llaman miedo.
El más fuerte le acompañó al Salón del Trono. El monarca expuso las condiciones que ya habían escuchado otros candidatos: si consigues pasar tres noches seguidas en el castillo, derrotar a los espíritus y devolverme mi tesoro, te concederé la mano de mi amada y bella hija, y la mitad de mi reino como dote.
– Se lo agradezco, su Majestad, pero yo sólo he venido para saber lo que es el miedo- le dijo Juan.
«Qué hombre tan valiente, qué honesto», pensó el rey, «pero ya guardo pocas esperanzas de recuperar mis dominios,…tantos han sido los que lo han intentado hasta ahora…» Juan sin Miedo se dispuso a pasar la primera noche en el castillo. Le despertó un alarido impresionante.
– ¡Uhhhhhhhhh!- un espectro tenebroso se deslizaba sobre el suelo sin tocarlo.
– ¿Quién eres tú, que te atreves a despertarme? – preguntó Juan.
Un nuevo alarido por respuesta, y Juan Sin Miedo le tapó la boca con una bandeja que adornaba la mesa. El espectro quedó mudo y se deshizo en el aire. A la mañana siguiente el soberano visitó a Juan Sin Miedo y pensó: «Es sólo una pequeña batalla. Aún quedan dos noches».
Pasó el día y se fue el sol. Como la noche anterior, Juan Sin Miedo se disponía a dormir, pero esta vez apareció un fantasma espantoso que lanzó un bramido: ¡Uhhhhhhhhhh! Juan Sin Miedo cogió un hacha que colgaba de la pared, y cortó la cadena que el fantasma arrastraba la bola. Al no estar sujeto, el fantasma se elevó y desapareció.
El rey le visitó al amanecer y pensó: «Nada de esto habrá servido si no repite la hazaña una vez más». Llegó el tercer atardecer, y después, la noche. Juan Sin Miedo ya dormía cuando escuchó acercarse a una momia espeluznante. Y preguntó:
– Dime qué motivo tienes para interrumpir mi sueño.
Como no contestaba, agarró un extremo de la venda y tiró. Retiró todas las vendas y encontró a un mago:
– Mi magia no vale contra ti. Déjame libre y romperé el encantamiento.
La ciudad en pleno se había reunido a las puertas del castillo, y cuando apareció Juan Sin Miedo el soberano dijo: «¡Cumpliré mi promesa!» Pero no acabó aquí la historia: cierto día en que el ahora príncipe dormía, la princesa decidió sorprenderle regalándole una pecera. Pero tropezó al inclinarse, y el contenido, agua y peces cayeron sobre el lecho que ocupaba Juan.
– ¡Ahhhhhh! – Exclamó Juan al sentir los peces en su cara – ¡Qué miedo!
La princesa reía viendo cómo unos simples peces de colores habían asustado al que permaneció impasible ante espectros y aparecidos: Te guardaré el secreto, dijo la princesa. Y así fue, y aún se le conoce como Juan Sin Miedo.
El ogro rojo
Érase una vez un ogro rojo que vivía apartado en una enorme cabaña roja en la ladera de una montaña, muy cerquita de una aldea. Tenía un tamaño gigantesco e infundía tanto miedo a todo el mundo, que nadie quería tener trato con él. La gente de la comarca pensaba que era un ser maligno y una amenaza constante, sobre todo para los niños.
¡Qué equivocados estaban! El ogro era un pedazo de pan y estaba deseando tener amigos, pero no encontraba la manera de demostrarlo: en cuanto salía al exterior, todos los habitantes del pueblo empezaban a chillar y huían para refugiarse en sus casas. Al final, al pobre no le quedaba más remedio que quedarse encerrado en su cabaña, triste, aburrido y sin más compañía que su propia sombra.
No me tengas miedo; no soy peligroso.
La idea era muy buena, pero en cuanto puso un pie afuera para colgarlo en el picaporte, unos chiquillos le vieron y echaron a correr ladera abajo aterrorizados.
Desesperado, rompió el cartel, se metió en la cama y comenzó a llorar amargamente.
– ¡Qué infeliz soy! ¡Yo solo quiero tener amigos y hacer una vida normal! ¿Por qué me juzgan por mi aspecto y no quieren conocerme?…
En la habitación había una ventana enorme, como correspondía a un ogro de su tamaño. Un ogro azul que pasaba casualmente por allí, escuchó unos gemidos y unos llantos tan tristes, que se le partió el corazón. Como la ventana estaba abierta, se asomó.
– ¿Qué te pasa, amigo?
– Pues que estoy muy apenado. No encuentro la manera de que la gente deje de tenerme miedo ¡Yo sólo quiero ser amigo de todo el mundo! Me encantaría poder pasear por el pueblo como los demás, tener con quien ir a pescar, jugar al escondite…
– Bueno, bueno, no te preocupes, yo te ayudaré.
El ogro rojo se enjugó las lágrimas y una tímida sonrisa se dibujó en su cara.
– ¿Ah, sí?… ¿Y cómo lo harás?
– ¡A ver qué te parece el plan!: yo me acercaré al pueblo y me pondré a vociferar. Lógicamente, pensarán que voy a atacarles. Cuando todos empiecen a correr, tú aparecerás como si fueras el gran salvador. Fingiremos una pelea y me pegarás para que piensen que yo soy un ogro malo y tú un ogro bueno que quiere defenderles.
– ¡Pero yo no quiero pegarte! ¡No, no, ni hablar!
– ¡Tú tranquilo y haz lo que te digo! ¡Será puro teatro y verás cómo funciona!
El ogro rojo no estaba muy convencido de hacerlo, pero el ogro azul insistió tanto que al final, aceptó.
Así pues, tal y como habían hablado, el ogro azul bajó al pueblo y se plantó en la calle principal poniendo cara de malas pulgas, levantando los brazos y dando unos gritos que ponían los pelos de punta hasta a los calvos. La gente echó a correr despavorida por las callejuelas buscando un escondite donde ponerse a salvo.
El ogro rojo, siguiendo la farsa, descendió por la montaña a toda velocidad y se enfrentó a su nuevo amigo. La riña era de mentira, pero nadie lo sabía.
– ¡Maldito ogro azul! ¿Cómo te atreves a atacar a esta buena gente? ¡Voy a darte una paliza que no olvidarás!
Y tratando de no hacerle daño, empezó a pegarle en la espalda y a darle patadas en los tobillos. Quedó claro que los dos eran muy buenos actores, porque los hombres y mujeres del pueblo picaron el anzuelo. Los que presenciaron la pelea desde sus refugios, se quedaron pasmados y se tragaron que el ogro rojo había venido para protegerles.
– ¡Vete de aquí, maldito ogro azul, y no vuelvas nunca más o tendrás que vértelas conmigo otra vez! ¡Canalla, que eres un canalla!
El ogro azul le guiñó un ojo y comenzó a suplicar:
– ¡No me pegues más, por favor! ¡Me voy de aquí y te juro que no volveré!
Se levantó, puso cara de dolor y escapó a pasos agigantados sin mirar atrás.
Segundos después, la plaza se llenó y todos empezaron a aplaudir y a vitorear al ogro rojo, que se convirtió en un héroe. A partir de ese día, fue considerado un ciudadano ejemplar y admitido como uno más de la comunidad.
¡Su día a día no podía ser más genial! Conversaba alegremente con los dueños de las tiendas, jugaba a las cartas con los hombres del pueblo, se divertía contando cuentos a los niños… Estaba claro que tanto los adultos como los chiquillos le querían y respetaban profundamente.
Era muy feliz, no cabía duda, pero por las noches, cuando se tumbaba en la cama y reinaba el silencio, se acordaba del ogro azul, que tanto se había sacrificado por él.
– ¡Ay, querido amigo, qué será de ti! ¿Por dónde andarás? Gracias a tu ayuda ahora tengo una vida maravillosa y todos me quieren, pero ni siquiera pude darte las gracias.
El ogro rojo no se quitaba ese pensamiento de la cabeza; sentía que tenía una deuda con aquel desconocido que un día decidió echarle una mano desinteresadamente, así que una tarde, preparó un petate con comida y salió de viaje dispuesto a encontrarle.
Durante horas subió montañas y atravesó valles oteando el horizonte, hasta que divisó a lo lejos una cabaña muy parecida a la suya pero pintada de color añil.
– ¡Esa debe ser su casa! ¡Iré a echar un vistazo!
Dio unas cuantas zancadas y alcanzó la entrada, pero enseguida se dio cuenta de que la casa estaba abandonada. En la puerta, una nota escrita con tinta china y una letra superlativa, decía:
Querido amigo ogro rojo:
Sabía que algún día vendrías a darme las gracias por la ayuda que te presté. Te lo agradezco muchísimo. Ya no vivo aquí, pero tranquilo que estoy muy bien.
Me fui porque si alguien nos viera juntos volverían a tenerte miedo, así que lo mejor es que, por tu bien, yo me aleje de ti ¡Recuerda que todos piensan que soy un ogro malísimo!
Sigue con tu nueva vida que yo buscaré mi felicidad en otras tierras. Suerte y hasta siempre.
Tu amigo que te quiere y no te olvida:
El ogro azul.
El ogro rojo se quedó sin palabras. Por primera vez en muchos años la emoción le desbordó y comprendió el verdadero significado de la amistad. El ogro azul se había comportado de manera generosa, demostrando que siempre hay seres buenos en este planeta en quienes podemos confiar.
Con los ojos llenos de lágrimas, regresó por donde había venido. Continuó siendo muy dichoso, pero jamás olvidó que debía su felicidad al bondadoso ogro azul que tanto había hecho por él.
Cuentos de Brujas
Johanna, eres una bruja
Johanna se consideraba de las personas más aburridas de su generación, no resaltaba en ningún lugar, no encajaba ni en su colegio ni en sus clases de piano, ni en sus clases de baile, en fin, no sentía que perteneciera a ninguna de esas cosas, consideraba su vida como aburrida y tediosa, siempre lo mismo a la misma hora, siempre las mismas preguntas y siempre las mismas respuestas.
Un día, como muchos, caminaba de regreso a su casa cuando su pie choco contra una rama de algún viejo árbol, la rama la distrajo por un momento y decidió tomarla con sus manos para divertirse un poco mientras caminaba. Cuando cogió la rama entre sus dedos algo increíble pasó, una descarga de energía la invadió por completo y de la rama salió una luz muy brillante. Su reacción inmediata fue soltar el pedazo de madera y echarse a correr lo más rápido posible, sin embargo algo le decía que su vida estaba a punto de cambiar por completo por lo que se regresó al lugar en donde había soltado la rama.
Sin atreverse a tomarla de nuevo la observó, era una rama muy bien formada, no tenia picos en el cuerpo ni puntas fuera de lugar, era como si la naturaleza la hubiera formado para parecer una varita mágica, Johanna comenzó a reír por su pensamiento sin sentido: La madre naturaleza haciendo varitas mágicas, ¡vaya pasada! Tras tranquilizarse un poco se armó de valor y cogió de nuevo la rama, esta vez no ocurrió nada, o al menos eso fue lo que pensó. A lo lejos escuchó unos pasos pacíficos que se dirigían hacia ella: Un hombre de gran barba blanca y túnica se acercaba cada vez más a ella.
Cuando tenia al señor en frente de ella se quedó sin palabras, tenía un gran parecido a Merlín, el legendario mago. No podía ser, más su atuendo sugería que si: Su larga túnica color azul con estrellas amarillas y su sombrero de punta alta la dejaron sin argumentos mentales, el hombre sonrió, la miro a los ojos y le dijo: Johanna, eres una bruja. Bienvenida a mi escuela de magia y hechicería
El hada fea
Hace muchos años, vivía una pequeña hada, a la que todo el mundo ,estaba empeñado en rechazar porque era muy fea, a pesar de que poseía un carácter dulce y amable. Por mucho empeño que pusiera en que los demás vieran sus cualidades, todos insistían en lo más importante para ser una buena hada tenía que ser hermosa. Ante tal rechazo, más de una vez, se le paso por la cabeza, hechizarse para parecer ante los ojos de los demás como la hermosa de todas. Sin embargo, le enseño a que debía aceptarse como era.
Un día, las malvadas brujas que por allí vivían, destruyeron el país, llevándose consigo a todas las hadas y brujos del lugar. Nuestra hada fea, haciendo uso de su inteligencia, cambio sus vestidos y gracias a su apariencia, las brujas, pensaron que era una de ellas y no pusieron impedimento en que fuera con ellas hasta su escondite.
A pesar de que todos de metían con ella, montó una fiesta para mantener ocupadas a las brujas, mientras liberaba a las demás hadas y brujos, con los que lanzó un hechizo tan potente, que nada se supo en 100 años de las malvadas brujas.
Desde aquel día, la fealdad en el país de las hadas, fue considerada como signo de que el recién nacido iba a realizar grandes proezas
Historias de terror para no dormir
La pesadilla de Juanito
Esa noche, Juanito se fue a acostar como de costumbre apenas llegó la hora de dormir. Su madre entró a su habitación para darle las buenas noches, le dio un beso en la frente y lo arropó, deséandole que tuviera sueños bonitos. Él cerró los ojos y comenzó a soñar, trasladándose hasta ese lugar en el que todo era posible. Incluso las más temibles pesadillas.
En su sueño, se vio rodeado por árboles gigantescos, en un bosque desconocido. Miles de ojos brillantes lo acechaban desde la oscuridad, gruñendo o dejando escuchar pasos descomunales, que a Juanito lo pusieron a temblar.
El niño se despertó llorando.
Su papá entró en el dormitorio, muy preocupado.
—Juanito, ¿qué tienes? —le preguntó.
—No te preocupes Juanito, que ya ellos se han ido y ahora volverás a tener dulces sueños —y el padre le dio un beso y luego se marchó, dejándolo dormir a gusto.
Otra vez volvió Juanito a perderse en el mundo de los sueños y se vio en medio de una casa encantada. La mansión era muy lúgubre y tenía habitaciones que crujían por todas partes. Un fantasmas salió de un armario y lo asustó, seguido de otro que estaba escondido debajo de una mesa. Luego otro salió del baño y otro más lo estaba esperando en el jardín, y así hasta que el sueño de Juanito estuvo lleno de fantasmas y de nuevo se despertó.
—Buuuu, buuuuu…
Entró su hermanita a su cuarto, dirigiéndose de puntillas hasta su cama.
—¿Qué te pasa, hermanito? —le preguntó.
—Es que tengo sueños muy feos y están llenos de fantasmas —dijo él—, todos trataban de asustarme.
—Bueno, no llores más, que solo fue un sueño y ahora tendrás otro mucho más bonito —y diciendo esto, su hermanita también le dio un beso y se regresó a su dormitorio.
Juanito volvió a dormirse, esperando no ver más espantos que lo despertaran. Pero no fue así, porque apenas hubo cerrado los ojos, más apariciones malvadas se presentaron en su cabeza, haciendo que temblara sin control. Veía brujas con narices ganchudas, payasos que montaban en pequeñas bicicletas, a los fantasmas de la mansión embrujada y los monstruos del bosque. Todos parecían haberse reunido en un solo lugar con un único objetivo: lograr que Juanito no tuviera los dulces sueños que le habían prometido.
—Buuuu, buuuu…
Esta vez fue su madre quien entró en su habitación.
—¿Qué sucede, hijito?
—¡Tengo miedo, mami! En mis sueños hay cosas muy malas que no me dejan dormir.
—¿Cómo que no te dejan dormir? ¡Oh, ya sé que es lo que pasa! Es que se me olvidó poner tu almohada del lado de los sueños hermosos —la mamá tomó la almohada, le dio la vuelta y la esponjó—, ahora sí Juanito, podrás soñar sin tener pesadillas.
Su mamá le dio otro beso y cuando Juanito volvió a dormirse, no hubo cosas que lo asustaran, sino sueños dulces y bellos.
Hechizo maléfico
La noche era oscura, fría y silenciosa, había muchas cosas por preparar, la olla ya estaba en el fuego pronto empezaría a hervir, repasó la receta:
Ingredientes:
Escupitajo de murciélago
Caca de sapo enfermo
Uñas de araña tejedora
Pipí de bruja
Grito terrorífico de un niño
Faltaba un ingrediente, uno difícil de conseguir, el grito terrorífico de un niño. Parecía tarea fácil pero no lo había sido, había puesto arañas en las habitaciones de algunos, sapos en las de otros, con sus hechizos había hecho ruidos terroríficos mientras estos dormían, pero nada de nada los niños ya no se asustaban. Tenía una idea y esa misma noche la llevaría a cabo, cogió su escoba y llenó bolsillos de unos polvos mágicos. Subió al oscuro cielo y espolvoreó casi toda la ciudad, y recitó el hechizo:
Polvos mágicos y de maldad
A esta bruja caso le harás
Todo en terror se transformará
Y toda una noche durará
Toda la ciudad cambió, los huertos se llenaron de calabazas con caras maléficas, las flores se tiñeron de negro. Grandes telarañas cubrían las entradas de las casas y sus ventanas con arañas tejedoras que comían insectos. La cara de la gente se llenó de grandes verrugas, algunas se volvieron de color verde, otras se cubrieron de mucho pelo a otros les crecieron grandes colmillos. La ciudad estaba llena de monstruos terroríficos, pero algo falló, ya que como todos eran monstruos nadie se asustaba, no pudo conseguir el grito de ningún niño. Su plan había fracasado y si no acaba su poción con todos los ingredientes nunca se transformaría en una bruja verdadera. Fue entonces cuando desde muy lejos pudo oír un verdadero grito de terror de un pequeño, apresurada con su escoba, sacó un bote de cristal del bolsillo y voló y voló hasta cogerlo. Vaya ya tenía el ultimo ingrediente, pero ¿de donde venía?
Desde el cielo pudo ver a un niño en el bosque, se acercó para averiguar que era lo que le había podido asustar, bajo y bajo y no vio nada de nada solo al niño en el bosque sentado en el suelo. Decidió bajar a preguntarle que le había asustado tanto, allí su magia no había llegado y nada en terrorífico se había transformado. Cuando el niño la vio se puso muy contento:
Niño- Señora, Señora por favor, ayúdeme.-
Bruja- Lo haré si me dices que te ha asustado, ¿has visto u oído a un animal? ¿te has encontrado a un monstruo?-
Niño -No, ojala, lo que me ha asustado de verdad es que estoy solo y perdido.-
Bruja- Pues, no te preocupes que soy bruja de palabra, monta en mi escoba que te llevaré a tu casa .-
Y así lo hizo, dejó al pequeño en su camita, que en seguida se durmió y se fue deprisa a su casa a acabar la poción. Pero había aprendido una lección, ni los monstruos, esqueletos, arañas, murciélagos dan miedo, lo que da miedo de verdad es estar solo y perdido. Así que un niño nunca mucho se ha de alejar y siempre acompañado debe estar.